viernes, 17 de diciembre de 2010

TORNEO DEL PAVO CORDOBA 2010.


Se realizó en nuestra ciudad el tan esperado torneo del pavo 2010 Chess International Touurnament Cordoba 2010. con la participación de varios de los mejores ajedrecistas de nuestro país.
Nuestro compañero local termina a media tabla pero con excelentes partidas que derrocharon gran temple frente a jugadores superiores en ranking.


El cross-table del torneo arroja los siguientes resultados.


Y a continuación los resultados de las seis  rondas de juego.







Sin duda un gran torneo!, pero.... bueno como nos gustaría organizar un evento de Ajedrez con este nivel no?
Lástima que solo sea una simulación de computadora adelantándonos a los Santos inocentes, pero esperamos organizar para el año que viene un torneo con esta calidad.

Felices posadas 2010!!!!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

EL INCA AJEDRECISTA.


Hernando de Soto.

Se sabe, por tradición, que los capitanes Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes en Cajamarca, en el departamento que sirvió de prisión al inca Atahualpa. Allí, para los cinco nombrados y tres ó cuatro más, funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesa de madera.Las piezas eran hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de idolillos y demás objetos de alfarería aborigen.

Honda preocupación abrumaría el espiritu del inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes que se sucedían en el juego. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empeñada entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de Soto de movilizar un caballo y el inca, tocándole ligeramente en el brazo le dijo en voz baja:
- No capitán, no....mejor mueva la torre..!
La sorpresa fue general, Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le había aconsejado Atahualpa, y en pocas jugadas después sufriría Riquelme un inevitable mate.
Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de cortesía, el capitán Don Hernando de Soto invitaba al inca a jugar una sola partida, y al cabo de un par de meses el dicípulo ya era digno del maestro, jugaban de igual a igual.

Se comentaba que los otros ajedrecistas españoles, con excepción de Riquelme, invitaron también al inca varias veces pero éste se excusaba siempre por medio del intérprete Felipe:
- Yo juego muy poquito y vuestra merced juega mucho...
La tradición popular asegura que el inca no habría sido condendo a muerte si hubiera permanecido ignorante en el Ajedrez.
Dice el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo militar convocado por el Gobernador Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos a once.
Riquelme fué uno de los trece que votó a favor de la sentencia.

Tradición popular peruana.

martes, 14 de diciembre de 2010

LA DERROTA DE KASPAROV.

Escrito por Luis Ignacio Helguera. 2000.

El sonoro fracaso del Ogro de Bakú, Garry Kasparov (1963), en su intento de refrendar el título de campeón mundial de la Asociación Profesional de Ajedrez (PCA) —organismo que él mismo fundó, tras su polémica renuncia a la Federación Internacional de Ajedrez (Fide)—, ante su ex alumno Vladimir Kramnik (1975), ha causado desconcierto y revuelo en el mundo de este juego de juegos (juego de los reyes y, para muchos de nosotros, rey de los juegos).
Causó también, no me cabe la menor duda, el regocijo sin límites de su acérrimo rival de siempre, fuera y dentro del tablero, Anatoly Karpov (1951), campeón de la Fide.
En quince partidas —trece tablas y dos victorias indiscutibles de Kramnik—, Kasparov mostró poco más que inercia, conformismo, cansancio, impotencia, en contraste abierto con la solidez teórica, la imaginación estratégica, la seguridad psicológica, la brillantez técnica de Kramnik, quien ya había derrotado a su maestro varias veces en torneos magistrales.


 En una de esas ocasiones, hace años, Kramnik, conocedor del Ogro de Bakú por dentro como pocos, declaró que, en su opinión, el juego de Kasparov se había visto muy afectado por su divorcio. Ahora, postmortem, Kasparov trató de justificar su fracaso con el argumento extradeportivo de encontrarse enfrascado en otro match: el pleito legal por la custodia de su hija. Ciertamente es riesgoso jugar simultáneas ante un retador y ante los tribunales, pero eso debió calcularlo Kasparov a tiempo. La desidia decepcionante de su juego, superada apenas en unas cuantas partidas, como la decimocuarta, llevó a algunos suspicaces a plantear la hipótesis de que el match estaba amañado, que el maestro prefería ceder el cetro y la corona a su ex discípulo.
Pero eso implica una valoración injusta de la honestidad y el talento de Kramnik, tanto como de la fuerza de carácter, el espíritu de victoria y el amor al ajedrez que siempre han caracterizado a Kasparov. Sin embargo, su conducta ajedrecística y deportiva no deja de ser cuestionable, reprobable incluso. Aparte de su gris actuación, cometió la arbitrariedad de cerrar las puertas a Alexei Shirov (1972), heredero de las complicaciones posicionales y la imaginación combinatoria de Tahl, y retador por derecho propio al título, con el extraño argumento de que un match contra él carecería de espectacularidad. No es aventurado suponer que, en las actuales circunstancias, mucho más espectacular que el match Kasparov-Kramnik habría sido un match Kramnik-Shirov.
Al descartar así a Shirov y elegir a Kramnik, Kasparov recordó la nefasta actitud de Alekhine, quien después de destronar a Capablanca se negó sistemáticamente a darle la revancha y sólo expuso la corona ante maestros inferiores a ellos dos, como Bogoljubov y Euwe.

Crítico de la Fide como Fischer, Kasparov hace retroceder paradójicamente los estatutos de la PCA a esa época monárquica e infantil en que el título de campeón mundial de ajedrez era una propiedad y el propietario decidía quién entraba en su reino para jugar contra él, bajo condiciones de juego caprichosas e imperialmente dictadas de antemano. En su pecado, Kasparov ha llevado la penitencia. Tras su derrota declaró que lo único que le importa es recuperar el título lo antes posible. Por supuesto, ni siquiera consideró la posibilidad de que Kramnik lo descarte como retador, con el argumento de que un nuevo match contra él puede ser tan poco espectacular como el que acabamos de presenciar.


Ojalá que, además de prepararse adecuadamente para desplegar el juego deslumbrante al que nos tiene acostumbrados —sólo comparable al de los verdaderos titanes del tablero: Morphy, Lasker, Capablanca, Alekhine, Fischer, Karpov—, Kasparov encuentre en esta hora crítica la serenidad necesaria para la recapacitación autocrítica.
Por su rating se mantiene como el número uno del mundo. Pero es triste que el número uno del mundo ponga la corona por encima de la humildad y la moral en un juego que, entre otras cosas, nos ofrece esas preciosas lecciones.
Kasparov tocó fatalmente una pieza contra Judith Polgar y no la movió; perdió una partida contra Karpov y al abandonar furioso el salón derribó a un reportero; perdió un match contra el monstruo cibernético Deep Blue y volvió a enfurecerse, etcétera. En uno de sus libros ejemplares, escribió Kasparov: "Por su carácter multifacético amo todavía más el ajedrez. Precisamente con la belleza, con el brillo de sus golpes tácticos, el ajedrez me fascinó desde la temprana infancia. Pero llegó el momento de competir con otros, de participar en torneos: fue mi inicio en la senda del deporte ajedrecístico. Hoy como antes me gusta jugar partidas bellas, pero no me es indiferente qué puesto ocuparé en la tabla. Quiero vencer, derrotar a todos, pero estoy obligado a hacerlo con esplendor y en una lucha deportiva honesta".
Que así sea. Esperemos que tampoco eche en saco roto la frase de Capablanca: "En general, se aprende más de los juegos que se pierden que de los juegos que se ganan". Frase que, acaso, vale también como norma para la vida misma.

RECUERDOS DESDE UNA TORRE ABOLIDA.

Escrito por Cristina Sama.
Tomado del Foro Literario EL BOSQUE.

Nunca aprendí a jugar bien al ajedrez, me falta capacidad de concentración. Mi padre intentó enseñarme, la primera, luego a todos mis hermanos. Incluso a mi hija mayor, de pequeñita, la sentaba frente al tablero a jugar con las piezas. Pero creo que ninguno entendimos su pasión. Quizá, si me hubiera regalado ese cuento...



Había varios tableros de ajedrez en casa. El más bonito era de madera taraceada, grande, con unas figuras algo cubistas. Otro, con el que jamás jugó papá, era pequeñito, de mármol blanco y verde y estaba -está- de adorno sobre una mesa de café. Había varios pequeños, prácticos, portátiles, para sacar al jardín o llevar al dormitorio.

Papá jugaba mucho solo, contra sí mismo. De vez en cuando salía a jugar a casa de algún amigo, o venían ellos. Apenas hablaban mientras la habitación se llenaba de humo. Otras veces jugaba campeonatos, quedaban luego sobre la librería las copas de cobre y de alpaca, bajo una capa de polvo, marcando el paso de los años. Como cubiertos de polvo están ahora los libros de ajedrez, un poco más abajo, en el mismo mueble.

No sé si alguna vez hubo hermosas damas o peones femeninos porque no era ensoñación lo que había en su rostro, sino concentración. Su mente estaba muchas jugadas más allá. Cuando la edad le pesaba para salir a jugar, cuando sus contrincantes empezaron a faltar, se aficionó a jugar contra las máquinas, siempre un programa nuevo, siempre mayor dificultad. Tampoco entonces, bajo aquellos nombres comerciales (Deep blue), se esconderían historias más cálidas que la lucha racista de las blancas contra las negras, que el político sacrificio de los peones por su rey, que el horror inhumano de los caballos derribados, muertos después de la batalla. O esa reina loca, la única que se mueve como y donde quiere. Y la torre, abolida, en ruinas.

Me falta capacidad de concentración y de análisis, no soy capaz de planificar mis actos con tanta premeditación. Prefiero el ensueño, el dejarme llevar, o la pelea imprevista y a muerte. Soy feliz si consigo el mate por instinto, también. Y no me parece deshonrosa la retirada a tiempo, si de salvar la vida o el amor se trata.

No me parezco a él, que era triangulador incluso en su trabajo, planos y mapas llenos de líneas cruzándose para ofrecer luego, como el milagro del logaritmo, la medida exacta de las cosas. Hermoso cuando se hacía así, a mano, después de haber marcado en ellos los puntos que traía en la libreta con olor a monte, en la bolsa del teodolito. Aprendí, eso sí, a triangular con él, porque quería saber para qué servían las líneas de colores que trazaba en los mapas.

Supongo que le molestaba en su trabajo, pero me enseñó. Y sin embargo no le devolví la paciencia con su juego, por más que, de vez en cuando, me permitiera ganar. Ahora no está, ya nadie juega al ajedrez, ya no hay humo en la habitación, y me duele algo al sentir el tacto suave del barniz en el tablero.

EL HOMBRE QUE CONFUNDIO A SU MUJER CON UN ALFIL.

El escritor y musicólogo Luis Ignacio Helguera, quien alguna vez disputó una simultánea contra Karpov, comenta la mayor novela sobre el ajedrez, La defensa(1930), donde el invencible Nabokov juega con las blancas.


Adicto desde niño al ajedrez, me ha llamado siempre la atención el frecuente uso "decorativo" que se hace de este juego de juegos en la literatura, el teatro, el cine, la televisión, la publicidad, etcétera. Juego antediluviano si los hay, el ajedrez está envuelto en un aura misteriosa y venerable que lo vuelve muy prestigioso

para ambientar o decorar una escena, un diálogo, un comercial, cualquier cosa, no importa si el tablero está colocado incorrectamente —casilla negra en esquina derecha—, si las posiciones son absurdas o de plano imposibles —un rey al lado del otro—, si las jugadas que ejecutan dos señores muy serios y sabihondos son infames, así las celebren como notables, hasta que uno de ellos anuncia muy orgulloso y sonriente un jaque mate que ni de broma lo es. Todo lo cual ocurre con frecuencia pasmosa.

El best-seller La tabla de Flandes (Alfaguara, 1992) de Arturo Pérez-Reverte, mezcla fallida de novela policiaca, novela de amor y partida de ajedrez, ostenta como principal defecto la desinformación, consecuencia de confiar a un programa de ordenador la formulación de toda la trama ajedrecística, que corre —o intenta correr— paralela a la literaria. De modo parecido, la improbabilidad de la partida de ajedrez que se juega en "Un combate" de Patrick Süskind lo vuelve un cuento fallido. Ajedrez, el de Pérez-Reverte y el de Süskind, paradójicamente decorativo, pues el tema pretende estar en el centro.

Por fortuna no faltan buenas narraciones con el tema del ajedrez, desde la segunda parte de Alicia en el País de las Maravillas (A través del espejo) de Lewis Carroll hasta el relato "El jugador de ajedrez" de Stefan Zweig. Pero me parece que, hablando de novelas trágicas, si no cabe duda de que la gran novela sobre la mujer aventurera y liberada es Madame Bovary o la del alcohol Bajo el volcán, tampoco de que la del ajedrez es La defensa (1930) de Vladimir Nabokov, que en virtud de sus diversos planos de lectura puede ser disfrutada —ciertamente en diferentes niveles de profundidad— por ajedrecistas y no ajedrecistas.



Si Carroll o Zweig sabían jugar ajedrez, Nabokov era un gran ajedrecista y de un tipo muy especial: era compositor de problemas, afición que alternaba con otra igualmente meticulosa y rara, la de coleccionar mariposas. Arte de relojería que le permite plantear en La defensa analogías de situaciones vivenciales-ajedrecísticas muy sugerentes. Sólo el ajedrecista de vocación, o corazón, sabe que la emotividad profunda ante situaciones límite de la vida se experimenta de manera parecida —tensión nerviosa, angustia, sudor, entumecimiento de las manos, taquicardia— en situaciones límite de una partida de ajedrez.

Para Lushin, el taciturno y conmovedor personaje de La defensa, autista y jugador de ajedrez genial, cada partida no es una proyección analógica de la existencia, sino al revés: la realidad, la vida real, es una representación ajedrecística, una partida de ajedrez; la vida es sueño, y el ajedrez, realidad. La luz y la sombra semejan escaques, una fotografía en blanco y negro parece un problema de ajedrez, la entrada al sueño está bloqueada por la Defensa Siciliana o el Gambito de Dama, la repetición de un recuerdo —el regreso a Rusia, por ejemplo— es como una combinación teórica ingeniosa que se ejecuta en una partida viva.

Casi milagrosamente, este ente asexuado, para el cual el único sentido de la existencia es el ajedrez —o más bien, la existencia misma es ajedrez—, enamora a una mujer, atraída por su enigma insondable. Si Lolita —el personaje nabokoviano emblemático— es por su sensualidad lo inverso de Lushin, cierta ingenuidad, la ternura, el enigma irresistible, el imán de la personalidad, curiosamente los aproxima.

Lushin acepta de manera pasiva e infantil el amor maternal de su mujer, pero —parafraseando a Oliver W. Sacks— la confunde con un alfil. No creo que sea forzada la analogía con el caso clínico que da título al extraordinario libro de ensayos de Sacks: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. El doctor P., "músico distinguido", mostraba una capacidad de abstracción fuera de lo común, en rigor, fuera de lo normal: cantaba —juzga su acompañante al piano, nada menos que Sacks— como "un Fischer-Dieskau veterano pero infinitamente suave, que combinaba una voz y un oído perfectos con la inteligencia musical más penetrante". Asimismo juega ajedrez "a ciegas" —o sea, sin ver el tablero— con Sacks y le da "una soberana paliza". Pero no puede visualizar detalles, confunde su pie con su zapato, confunde a su mujer con su sombrero (la jala de la cabellera y pone su cabeza sobre la suya).



Lushin también tiene predilección por el ajedrez a ciegas, pues le permite prescindir de la materialidad y la concreción para concentrarse en las "diversas fuerzas en su pureza original". El ajedrez es esencialmente abstracto, "cosa mental", como decía Da Vinci de la pintura, así requiera de la figuración, de la representación, de la concreción plástica, para llegar al hombre. Lushin prácticamente no tiene sentido de la realidad, acepta la declaración de amor de su mujer tomándola con torpeza como si tomara un paraguas o un sombrero, se sube a un taxi y olvida en el camino a dónde va, siente que cada acto suyo es una jugada y que forma parte de una trama de ajedrez, y, en fin, según su suegra, "no es una persona real". Lushin confunde a su mujer con un esbelto, encapuchado alfil —bishop, el obispo, el confesor, el consejero que está al lado del rey en la posición original—, porque necesita su apoyo y su palabra, porque sigue sus consejos acerca de la vida real como sigue el ciego los pasos de su perro, pero no la ve ni la ama como a una mujer.

Vamos a las diferencias. Cuando el doctor P. le pregunta a Sacks cuál es su trastorno, el científico le responde: "No puedo decirle cuál es el problema, pero le diré lo que me parece magnífico de usted. Es un músico maravilloso y la música es vida. Lo que yo prescribiría en un caso como el suyo, sería una vida que consistiese enteramente en música". La vida de Lushin consiste enteramente en ajedrez, pero la obsesión del ajedrez, ver la vida como ajedrez (¿el ajedrez es vida?, ¿hasta qué punto?), le hace daño y una crisis nerviosa lo precipita a la locura. Nada nuevo bajo el sol: Steinitz acabó loco, Morphy acabó loco, Fisher está medio loco. El caso real de Carlos Torre (1904-1978), el mejor ajedrecista mexicano que ha habido, es muy semejante y casi contemporáneo al caso ficticio de Lushin: 1926, es decir, poco anterior; ignoro si Nabokov tuvo noticia de Torre. En la cumbre de su carrera, después de vencer a Lasker y entablar con Capablanca y Alekhine, a los 22 años, Torre sufrió un ataque de locura y le fue médicamente prohibido de por vida el sentido único de su vida: jugar ajedrez. Torre y Lushin: desadaptados conmovedores, seres opacos en la existencia y únicos en el ajedrez, jugadores que creen en la realidad del juego y descreen de la realidad misma, mentes que abren fuego en los laberintos del tablero para precipitarse finalmente en sus tinieblas abismales.

El jugador, de Dostoievski —a quien Nabokov odiaba, pero con frecuencia más vale no hacer caso de lo que un genio diga de otro genio—, es una de las reflexiones psicológicas pioneras y profundas sobre el juego como adicción fatal. El personaje de El jugador de ajedrez de Zweig se enferma de "intoxicación ajedrecística" y el narrador anónimo reflexiona: "Todas las especies de monomaniacos, enclaustrados en una sola idea, me han interesado desde un principio, pues cuanto más se limita un individuo, tanto más cerca se halla, por otra parte, del infinito". Infinito, abismo, tinieblas, locura, sí, a partir de una obsesión, del embelesamiento con una sola cosa o idea, pero tremenda, demoniaca.

¿Hace falta todavía recordar la frase de Chaucer sobre el ajedrez?:

".....Se los advierto: no se trata de un juego de niños".

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL OGRO DE VERACRÚ.



"El ajedrez es la única manera civilizada de hacerle la vida imposible al prójimo.." dice Luis Ignacio Helguera en su libro PEON AISLADO, él que siempre fué tan educado como agresivo. Y en otra brevedad aforística suya que es al mismo tiempo una ficción súbita: "En zugzwang se dice en ajedrez cuando a uno de los contendientes no le queda sino esperar - con frecuencia cosas terribles - moviendo la misma pieza de un cuadrito a otro. En Zugzwang habría que decir que está uno como en esas tardes en que no queda sino esperar caminando de un cuarto a otro, mirando por la ventana esperando el azar del destino.
Jugaba Nacho muchas partidas en los torneos que organizaba con sus amigos en aquél club de Ajedrez llamado " Club Nabokov", un club itinerante que se reunía cada jueves en la  casa de alguno de sus integrantes y en ocasiones en el "Bar Covadonga". y también participaba también en muchos torneos nacionales, en Tlaxcala, Puebla, León y la Ciudad de México.
Todo empezó hace más de 15 años, allá por 1995, cuando los sábados por la mañana , en la cafetería de la vieja librería Ghandi de Miguel Angel de Quevedo, nos reuníamos para jugar Ajedrez un número creciente de escritores, aficionados y amigos: Daniel  Sada, Ricardo Cayuela, Nacho, el terrible Alberto McLean, Hugo Vargas, El pintor Gustavo Aceves, el traductor canadiense Gregory Dechant, Armando Alanís e Ismael un jugador de primera fuerza. Pronto se incorporarían a las reuniones Luigi Amara, Jorge Hernandez Tinajero, Ernesto Ramos, David, Bruno y más tarde otros cuates, como César Cravioto, hasta que al final el club, no contando con su alma principal - El alma de Nabokov, así como el peón es el alma del Ajedrez - acabó por desintegrarse.
Rondas de los Jueves: la danza de los trebejos de marfil y de las botellas de vino tinto, porque según reza la máxima rusa que Nacho cita en su libro, "El Ajedrez y el vino nacieron hermanos..."


Faltaría establecer la relación entre el Ajedrez y la literatura. Poe, Lewis Carroll, Nabokov, Zweig, Borges, Arreola, Lizalde, Sabines,Pérez-Reverte,Leñero, entre muchos otros, han sido seducidos por esta guerra infinita. ¿Porqué este misterioso pasatiempo que de acuerdo con Leibnitz es demasiada ciencia para ser juego y demasiado juego para ser ciencia, atrae de tal manera a tantos escritores? ¿Será porque cada partida, diferente e impredecible, tiene la posibilidad perturbadora de convertirse en  obra de arte?
El Ogro de Veracrú, como le bautizó Jorge Hernandez Tinajero en alusión al Ogro de Bakú - Garry Kasparov , de quién tambien se habla en el libro que he  estado comentando - era un jugador sólido, posicional, agresivo, a quien le gustaba aventar los peones hacia adelante durante la apertura y cuyo avance era a veces irresistible.
Cuenta Armando Alanis que él tuvo la satisfacción de ganarle algunas partidas y de empatarle otras tantas.


"....Una noche después de muchas copas y tras ganarle una partida de Ajedrez, ibamos en el coche de Gaby, su compañera de los últimos años, por las calles de la colonia Condesa. Nacho estaba convencido que en esa última partida yo había hecho tiempo con deliberación, mediante movimientos repetitivos y poco arriesgados, en espera de que se le cayera la banderita. Le aseguré que no, y de pronto, se puso furioso. Empezó a insultarme:
- ¡Te voy a partir la madre!
La disputa alcanzó tal punto que nos bajamos del auto en el cruce de Amsterdam y Michoacán, frente a un conocidísimo restaurante, y todavía no me explico como fue que finalmente no llegamos a los golpes.
Un Domingo por la noche, quince dias antes de su muerte, Nacho llegó  mi casa a jugar Ajedrez. Llevaba consigo un paquetito de jamón serrano. me di cuenta que estaba algo bebido y le pregunté si quería un Whisky.
- Sabes que si - contestó
Estuvimos jugando partida tras partida, mientras acabábamos con el jamón serrano y la botella de Chivas Regal, y eschuchábamos música de Piazzolla.
- Yo soy un borracho fino - decía mi amigo sin apartar los ojos del tablero.
 Esa noche estuvimos parejos, por lo que a una revancha seguía la otra y así sucesivamente. Como a las dos de la mañana, Susana mi mujer, que hacía un rato se había ido a dormir, se asomó por la puerta de la recamara y procuró hacernos entrar en razón:
-Armando tiene que levantarse temprano para llevar a Susy al colegio.
- Ya vamos a terminar - dijo Nacho, y luego dirigiéndose a mí - Va la última.
No era cierto y ambos lo sabíamos. A las tres, otra vez se asomó Susana para tratar de convencernos de que yá le paráramos, pero no fué sino hasta las cuatro y media cuando le dí un raid a Nacho. Todavía paramos en un  Seven Eleven cerca del parque España para comprar unas caribe coolers que nos tomamos en el auto. Desgranamos una interminable y errática conversación. Parece que hablamos de mujeres, ya eso de las seis le dije a mi amigo que ahora si debía irme, pero con gusto lo llevaría a su casa.
- No, déjame aquí. - dijo.
Por alguna razón tal vez no quería llegar a su casa esa madrugada, para entonces, vivía solo.
Nos dimos la mano y se bajó del coche. Arranqué.
No lo volvería a ver. "

"Los siete pecados capitales del ajedrez son:
1.Superficialidad,
2.Voracidad,
3.Pusilanimidad,
4.Inconsecuencia,
5.Dilapidación del tiempo,
6.Excesivo amor a la Paz y
7.Bloqueo".   ............Tartakower.

domingo, 12 de diciembre de 2010

BITACORA EN BUSCA DEL ENIGMA CARLOS TORRE.


Este personaje extravagante, fuera de serie, cuyo apellido coincide con el nombre de una  de las piezas mayores del juego-ciencia, ha sido el mejor ajedrecista mexicano de todos los tiempos. Participó en cuatro torneos internacionales cuando apenas rebasaba los veinte años. Le ganó a Lasker, empató con Capablanca y con Alekhine cuando los tres fueron campeones del mundo, sufrió una crisis nerviosa en la cúspide de su meteórica carrera y , a los 24, se vió obligado a retirarse para siempre del ajedrez de competencia.
Escrito a manera de bitácora ó de diario más bien,el ensayo escrito por Luis Ignacio Helguera sobre éste gran maestro yucateco en el libro PEON AISLADO no tiene desperdicio. Comienza a desechar la hipótesis de una decepción amorosa como causa del retiro prematuro de Carlos del ajedrez ( otra hipótesis habla de una sífilis mal tratada ).


Intuye que el gran maestro era indiferente al sexo. " Caballero gentil, bondadoso e ingenuo, Carlos Torre era asexuado como los ángeles. Y como los ángeles jugaba al ajedrez...."
El Mundo de Torre se reducía al ámbito hermetico de los sesenta y cuatro escaques. no vivía la vida real y sufría de ataques repentinos de locura, como la vez que tras haber bebido unas copas en un bar de Nueva York, se desnudó y se encaminó al zoológico para ver a los monos.
" Los viajes y la vida en torneos de alto nivel es algo intenso, pero enajenante. Y preferí regresar a mi país a trabajar con mi hermano en algo más estable.  A la postre abandoné el ajedrez competitivo, mas nunca el amor por este bello juego.", le confiesa a Gabriel Velasco, autor del libro  "Vida y partidas de Carlos Torre" quien lo entrevistó en 1977, a unos meses de la muerte del maestro.


Torre pasaba sus últimos años recluido en un sosegado asilo que atendían unas monjitas allá en su Mérida natal. Helguera especula sobre el significado que pueden tener los actos escandalosos del gran ajedrecista mexicano, pero mas que dar respuestas, plantea preguntas y el enigma sigue siendo eso. Un enigma.
Asimismo Helguera documenta que Torre es autor de un notable escrito, "Desarrollo de la habilidad en el Ajedrez "( 1928), un texto conciso, claro, una brillante disertación sobre táctica y estrategia en el Ajedrez. Los consejos de Torre pueden fácilmente trasladarse a la vida misma. Insiste en la "....importancia de ser fieles y congruentes con un plan sólido, puesto en marcha desde el principio"
Y al analizar una de sus partidas (Torre-Gotthilf, 1-0) escribe, " ....La belleza de esta partida, muy sencilla en sus escencia, se encuentra en su armonía, armonía de concepción y armonía de ejecución, porque la belleza y la armonía son una.."
Jugador de estilo sólido y audaz, artista del juego combinatorio, creador tan espontáneo como riguroso, su caso, concluye Helguera " ...es sólo comparable en México a casos como el de Silvestre Revueltas en la música ó a Juan Rulfo en la literatura. tres genios, tres relámpagos, trágicos y definitivos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

EL JUEGO IMPOSIBLE.

El escritor mexicano Luis Ignacio Helguera fallecido a los cuarenta años, (1962-2003) cuando aùn yo me encontraba convaleciendo de una fractura de mi pierna izquierda dejò varios libros y textos inèditos. Algunos de ellos ya listos para ser publicados.
Un ejemplo es su libro pòstumo PEON AISLADO publicado por la UNAM/ pèrtiga (Mèxico 2006).
Los ensayos contenidos en este libro dan fè de la pasiòn que este autor siempre experimentò por el ajedrez, deporte en el que "...podrìa estar jugando horas y horas.." segùn afirmaba a sus compañeros de tablero en sus años vivos.

PEON AISLADO contiene siete ensayos que no fueron pensados para formar parte de un mismo volumen. Son ensayos sobre ajedrez, pero tambièn sobre literatura, que perfilan en sus pàginas el retrato de cuerpo entero de tres personajes singulares: El maestro Arreola ( recièn homenajeado en el aniversario de la UNAM ), El GM Carlos Torre ( genial ajedrecista yucateco que tuvo que abandonar pronto su brillantìsima carrera ) y el propio Luis Helguera.
Tres peones aislados y "tres raros" que se dan cita en el mismo tablero de palabras.
Arreola fuè el màs entusiasta del ajedrez: un apasionado que participaba en torneos y organizaba tertulias ajedrecìsticas en su pequeño departamento atiborrado de abrigos, capas y sombreros, y luego en su casa de rio Guadalquivir. Como Pacheco de haber sido su amanuense, El maestro Helguera se enorgullecìa modestamente de haber sido mandadero de Arreola ( algo parecido a mì cuando en el club organizamos partidas los viernes en la noche y a mi me toca ir por los tacos ), quien lo enviaba a la tienda de abarrotes a comprar botellas de Chablis. " Yo no puedo ir porque corro el riesgo de encontrarme con el poeta ( Octavio Paz , que vivìa a unas cuadras de allì ) y puede derivar todo en una verdadera tragedia para la literatura mexicana, porque ni èl ni yo dejamos que nos roben la palabra " , decìa.
Quien conociò a  Arreloa no podrìa olvidar sus gestos ni su manera de hablar, yo lo conocì por primera vez en la televisiòn allà por años setentas cuando mi papà sintonizaba el antiguo canal 13 para ver el programa de Saldaña`. Era un desfile de estrellas, luego venàn un programa con Arreola y luego otro de Maria Luisa " la china" Mendoza. Era apasionante escuchar a Arreola, seductor con su interlocutora ( si era mujer ), y muy paternal si el entrevistador era un joven. me apasionè desde joven a sus programas,sus entrevistas, libros y demàs escritos.
En una visita que Armando Alanìs le hizo a su casa pudo ver en su estudio un tablero de madera con las piezas dispuestas en una posiciòn de mate en tres con sacrificio de la dama. le comenta entonces que èl tambièn jugaba al ajedrez.
- Mis amigos que juegan Ajedrez son doblemente mis amigos - contesta.
Ahora leyendo PEON AISLADO, me entero que ese tablero, lo mismo que las piezas,  fuè fabricado por el mismo maestro Arreola.

Arreola llamaba Iñaki a Luis Ignacio, y no Nacho que le parecìa una palabra horrible, y en una partida hablada con èl, definiò al ajedrez como un "juego imposible".
Lo mismo pensaba de los grandes escritores. Segùn contaba una vez, establecìa una tajante divisiòn entre escritores posibles y escritores imposibles.

- Paz es un escritor posible- ,decìa - desdeñoso, aunque la verdad es que no..
No obstante sus divergencias estèticas y quizàs politicas, apreciaba muy bien al premio Nobel.
- Borges, en cambio es un escritor imposible, Juan Rulfo tambièn es un escritor imposible...

De pronto, le sobrevenìa al maestro un sobresalto de angustia..
-¿Y yo? - le preguntaba a Nacho Helguera con la mano en el pecho - ¿Soy un escritor posible o soy un escritor imposible?
- ! Maestro, usted ha escrito unos cuentos que son imposibles.!
- ¡ Ha bueno, me tranquilizas.!

Segùn diversos testimonios, como ajedrecista Arreola era atrevido, romàntico, amante del sacrificio, en busca siempre de la combinaciòn tan bella como arriesgada. por el Ajedrez, era capaz de dejar plantada a la mujer màs bella. Al mismo tiempo, le funcionaba tambièn para ahogar las derrotas amorosas , asi como un amplio abanico de terrores y de angustias. Era tan claustrofòbico como agorafòbico, buscaba refugio en el tablero de los sesenta y cuatro escaques.
 " En el Ajedrez los espacios han dejado de ser los angustiosamente cerrados o abiertos del mundo: dimensiòn aparte, son espacios de la inteligencia, la imaginaciòn, la intuiciòn, la belicidad civilizada, espacios de ese estilo artìstico, romàntico que gusta desplegar Arreola en sus partidas " escribìa Helguera.

A veces le iba bien y a veces mal. Jugando con Helguera - segùn cuenta - una tarde perdiò tres partidas y ganò solo una.


- Las tres partidas que jugamos hoy fueron anodinas, carentes de todo atractivo - comentò Arreola -  Sòlo una valiò la pena....

La ganada por èl, claro.