Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable que sacrificó su última torre para llevar un peón femenino hasta la séptima linea, frente al alfil y el caballo de las blancas.
Hablo desde mi base negra. me tentó el demonio en la hora tórrida cuando tuve por lo menos asegurado el empate.
Soñé con la coronación de una Dama y caí en un error de principiante, en un doble jaque elemental...
Desde el principio jugué mal esta partida: debilidades en la apertura, cambio apresurado de piezas con clara desventaja... después entregué la calidad para obtener un peón pasado: el de la Dama. Después....
Ahora estoy solo y vago inútil por el tablero de blancas noches y de negros dias, tratando de ocupar casillas centrales, esquivando el mate de Alfil y Caballo.
Si mi adversario no lo efectúa en un cierto número de movidas, la partida es tablas. por eso sigo jugando, atenido en última instancia al reglamento de la Federación Internacional de Ajedrez, que a la letra dice:
Articulo 12. La partida es Tablas:
Inciso 4) Cuando un jugador demuestra que cincuenta jugadas por lo menos han sido realizadas por ambas partes qin que haya tenido lugar captura alguna de pieza ni movimiento de peón.
El Caballo blanco salta de un lado a otro sin ton ni son, de aqui para allá y de allá para acá. ¿Estoy salvado?
pero de pronto me acomete la angustia y comienzo a retroceder inexplicablemente hacia uno de los rincones fatales.
Me acuerdo de una broma del Maestro Simagin:
"El mate de Alfil y Caballo es más fácil cuando uno no sabe darlo y lo consigue por instinto, por una implacable voluntad de matar."
La situación ha cambiado. Aparece en el tablero el Triángulo de delétang y yo pierdo la cuenta de las movidas. Los triángulos se suceden unos tras otros, hasta que yo me veo acorralado en el último.
Ya no tengo sino tres casillas para moverme: uno caballo rey, y uno y dos torre.
Me doy cuenta entonces que mi vida no ha sido mas que una triangulación. Siempre eligo mal mis objetos amorosos y los pierdo unos tras otro, como el peón de siete dama. Ahora tres figuras me acometen: Rey, Alfil y Caballo.
Ya no soy vértice alguno.
Soy un punto muerto en el triángulo Final.
¿Para que seguir jugando?
¿Porque no me dejé dar el mate al pastor?
¿O de una vez el del Loco?
¿ Porque no caí en una variante de Legal?
¿Porque no me mato Dios mejor en el vientre de mi madre, dejándome encerrado allí como en la tumba de Philidor?
Antes de que me hagan la última jugada decido inclinar mi rey. Pero me tiemblan las manos y lo derribo del tablero.
Gentilmente, mi joven adversario lo recoge del suelo, lo pone en su lugar y me mata en uno torre, con el Alfil.
Ya nunca más volveré a jugar al Ajedrez. Palabra de amor.
Dedicaré los días que me quedan de ingenio al análisis de las partidas ajenas, a estudiar finales de reyes y peones, a resolver problemas de mate en tres, siempre y cuando en ellos sea obligatorio el sacrificio de la Dama.
1 comentario:
Muy buen cuento!
parece un relato de terror, pero mas que nada descubre las emociones de un jugador a traves del desarrollo de su partida.
Muchas facetas del ajedrez revelan como en este caso la psicologia del jugador en cuestion.
excelente... seguiré en contacto esperando otro relato igual.
Efrain Portillo.
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